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Barón Rojo + Alejandría - 10/05/2025 - Sala Razzmatazz (Bcn)
En Delorean y sin frenos
La noche prometía ser histórica, y no defraudó. En la celebración de los 45 años de Barón Rojo, los encargados de romper el hielo fueron Alejandría, una banda tributo a Sangre Azul que no viene precisamente a hacer prácticas. Esta gente es curtida, veterana, y sabe muy bien lo que hace sobre un escenario. Para redondear el cóctel, contaron con la participación estelar de J.A. Martín, guitarrista original de la banda madre, que subió a escena para recordar de dónde viene todo esto.
Desde la intro épica, con la sala ya casi a reventar a pesar de la hora temprana, con su gente colgada del gallinero y todo. quedó claro que el personal venía con los deberes hechos. Alejandría arrancó con Abre fuego, y la peña no tardó en entrar en calor. Entre los miembros, caras jóvenes y otras no tanto, pero era precisamente el más mayor quien más caña repartía. El teclista, con una actitud vacilona y más ocupado en hacer piruetas que en tocar teclas, se ganó al público con su showmanship mientras el cantante se movía con un contoneo glam que ni Vince Neil cuando pesaba 50 kilos.
Con Cien años de amor empezaron los primeros coros del respetable. Aún sin mucho movimiento, pero ya con el chip de “venimos a pasarlo bien”. Un grito del vocalista agitó la sala como una sacudida eléctrica y arrancó los aplausos. Luego vino Todo mi mundo eres tú, de melodía facilona, muy banda sonora de serie de Telecinco en los 80, pero que sirvió para seguir creando conexión, con el teclista apoyado en el instrumento, jaleando al respetable.
Cuerpo a cuerpo dividió a la sala. Los que la conocían la gozaron; los demás se quedaron en pausa, como en un parón de recreo. Un papel de fumar voló sobre las cabezas haciendo cabriolas como la pluma de Forest Gump, recordando que hubo una época en que los conciertos olían distinto. Con Síguelo y El silencio de la noche se recuperó el pulso colectivo: coros, palmas, ese ritual de comunión sin dogmas.
Pero fue en América donde estalló el fervor. El público coreó con garra, y J.A. Martín Salió a escena como una aparición venerada. El teclista se vino arriba y, directamente, abandonó su puesto para ir un rato con el batería, por si a alguien le quedaban dudas de que la noche era para divertirse sin corsés.
El set siguió con Dueño y señor, que bajó las revoluciones. Algunos sonreían, otros aprovechaban para repostar. El teclista, seguía dando espectáculo, parecía echarse una siesta bajo su teclado. Pero No eres nadie levantó el ánimo de golpe: saltos, gritos, y euforia antes de que el guitarrista de los Sangre Azul originales, se despidiera del escenario.
Ya en la recta final, Si tú te vas y Soy tal como soy terminaron de encender la mecha. Sobacos depilaos, posturas glam, y un público que no necesitaba más gasolina para arder. El original J.A. Martín volvió para rematar con Mil y una noches, esa joya de puño en alto que hizo acordarse a los abuelitos de sacar los móviles para inmortalizar el momento. Alejandría dejó la sala lista para recibir a los barones. Con el respetable bien caldeado, el Asalto estaba a punto de comenzar.
Entre banda y banda, la peña corea con fe de converso: Barón, Barón. Y sí, salen. Y salen bien. Porque Barón Rojo, pese a los más de 70 tacos a cuestas, no vienen a vivir de la gloria. Esta peña viene a currar. Como siempre. Shows de entre 2 y 3 horas. Cambian la mayoría del setlist de un concierto a otro y tienen esa maestría que solo otorga el cayo de haber estado en la carretera durante muchísimos años. Llevaba años sin verlos y temía que hubiesen pasado demasiada factura. la voz flaqueó, pero ni rastro de artritis. Musicalmente Siguen siendo un reloj de pulsera Casio: duros, fiables y con esa estética de otra época que no se puede fingir. Algo que podría darles otros diez años de giras sería fichar a un vocalista joven con la tesitura de Sherpa, pero eso ya es meterme donde no me llaman.
Arrancan con un vídeo de aviones que abre la intro con la mitología de la banda, y sin miramientos clavan “Seguimos vivos”, vaya que si lo siguen. Pero en vez de tirar de clásicos, se lanzan sin red a las profundidades del catálogo: nueve temas seguidos de los que solo se saben los que controlan la extensa discografia de la banda. Un regalo para los fans de toda la vida, sí, pero también un inicio algo desorientador para buena parte del público mas casual.
Con “Parece que va a llover”, la sala empieza a encenderse. Pero al llegar “Chica de la ciudad”, todo se enfría otra vez. El vídeo de fondo muestra una chica bailando sexy, pixelada y recortada como con Paint. Armando de Castro lleva una camiseta de Bugs Bunny y la cara de quien sabe que aquello no está funcionando del todo.
“Noches de rock & roll” y bingo, tampoco acaba de animar. Carlos lucha con un cable mientras alguien en la pista saca una botella de whisky, como si quisiera invocar otros tiempos más salvajes. Con “El presidente” por fin se corea algo: las imágenes proyectadas de mandatarios recortados del Hola funcionan como sátira y alivio.
Pero cuesta arrancar. Ni “Tierra de vándalos”, ni “Caso perdido”, ni “Baile de los malditos” logran encender a la público y solo las disfrutamos los “muy Cafeteros”. Eso sí, el bajista se gana sus galones con presencia escénica de las que llenan el hueco del entusiasmo. Y entonces, por fin, “Incomunicación”. Y ¡bum!: primer pogo, gritos, brazos arriba, todos se la saben. Desde ahí, el concierto despega.
“Hermano del rock and roll” mantiene el subidón: la peña salta, bota, brama, abandona los bastones a su suerte. Con “Las flores del mal” el ritmo baja, con su rollete mas pesado, pero “Concierto para ellos” lo compensa con una tanda de homenajes visuales tan caseros como sinceros: fotos de leyendas heavy con el logo del Barón por encima, puro PowerPoint old School.
Y por fin: “Los rockeros van al infierno”, y todo estalla. No sé dónde quedarán las “tias Buenas” en las que estaban pensando cuando componían la letra de la canción.Pero allá donde estén, seguro que movieron el Esqueleto. Luego llegan las empalmadas “Diosa Razón”, “No lo aceptaremos”, momentos más flojos que salvan el tipo gracias al ambiente y a algún que otro momento solitario de Armando tocando cosas al estilo paquito chocolatero o lo que me pareció la santa espina que dió una nota amena.
Pero pronto se vuelve a repartir leña con “Satánico plan”, el Bajista se marca un slapeo sabrosón y enlaza con “Cuerdas de acero”, que enloquece a la sala. En “Hijos de Caín” todos esperamos el mítico ¡Oh! antes del solo. Y sí, lo suelta! y el público enloquece.
Llega el momento trovador de Armando, amenizando la velada con piezas clásicas y de repente alguien entre el público, pide que toquen “Mirror Mirror”, me llegó al alma. Luego “Con botas sucias” sube el ánimo y se marcan un empalme bizarro con “Satisfaction” de los Stones. El cierre lo pone “Resistiré”, con la peña mayor sacando fuerzas donde no hay, ventolines arriba. “Siempre estás allí”pone el broche emocional del concierto.
¿Final? Qué va. Aún falta el éxtasis.
“Barón Rojo”, y la sala entera ruge como si fuera el '82. Y por si queda alguien de pie: última empalmada con “Son como hormigas”.
Barón Rojo no se jubila. Se perpetúa. Como los Casio. Son una leyenda viva de nuestra historia.
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