Hoy asistimos a un funeral. El funeral de un amigo común a todos los que ponemos negro sobre blanco por afición, compromiso, trabajo y un largo etcétera.
Durante mucho tiempo, fiel amigo, nos has guiado, nos has aconsejado fielmente, nos has enseñado, y cuando no te hemos prestado atención, nos has hundido en el suelo, para después tendernos una escalera de nuevo hacia arriba. Entregado como un amigo, magnánimo como un padre, inquebrantable como una roca, necesario como el agua a un pez. Pero hoy te decimos adiós, esperando que alguien vuelva a nosotros con tu mensaje.
Estoy hablando, mi buen lector, del rigor. De aquello que debía guiar siempre y en cualquier ámbito de la vida nuestros actos. Hoy en concreto hablaré del rigor periodístico dentro del microcosmos del metal, que yace en una cuneta, olvidado, herido de muerte e inatendido.
Muchos son, los que, con el advenimiento de las ya no tan nuevas tecnologías, se han envalentonado a poner sus manos encima de un teclado, y cual crío con plástico de burbujas, aporrearlo hasta que éste reviente por completo, sin ningún motivo, ni formación inicial, ni ganas de adquirir un poco de conocimiento a priori (aunque sólo fuese para evitar el apocalipsis ortográfico). Simplemente porque se puede, mismo modus operandi del que tira mierda a su cañería pero se enfada porque la casa apesta.
Todos tenemos claro que el periodismo musical es, en gran parte de los casos, por amor al arte (servidor también, no nos llevemos a engaño), y eso es lo que hace este asesinato todavía más atroz.
No es necesario que se le tenga una obsesión a plantar letras en un .doc para escribir un artículo sin faltas de ortografía (tened al menos la decencia de pasar el corrector). No es necesario amar el periodismo de investigación para saber si el productor de tal grupo, o el nombre de tal miembro se llama Pepito y no Pepón.
Ahora bien, ni lo mencionado arriba es necesario, ni lo es hacer un blog o una página web para defecar encima de la RAE, de la carrera de Periodismo ni del trabajo de los músicos (que también trabajamos muchos por amor al arte y no hay un grupo de una mínima respetabilidad que se meta en un estudio a grabar un disco sin tener ni zorra idea de qué ha de grabar). Pero como dice el refrán: “Las cosas, o se hacen bien, o no se hacen”. Cuando se ama algo, se le pone dedicación, ilusión, cariño, ganas de mejora, etcétera. Y si no, no lo hagas, carajo, que hay mejores cosas que hacer en Internet que vomitar sandeces.
Críticas hechas con prisas, crónicas que se olvidan de un grupo o en las que el responsable llega tarde, nombres de grupos mal escritos, soberbia, orgullo. No citaré directamente a nadie, pues no hace falta. En Internet todo queda registrado y al final, todo se sabe.
Por supuesto, está también el caso del que se monta un medio para poder ir al próximo bolo de Iron Maiden sin pagar un mísero euro, y naturalmente, el ególatra que quiere brillar y le da igual cómo, si de oro y laureles o de humedad de la mierda de artículos que suelta.
Estos dos últimos casos no admiten opinión, sólo una somanta de palos, por trepas. El que algo quiere algo le cuesta, así que ya que no vas a pagar, al menos escribe bien, condenada rata de alcantarilla.
En resumidas cuentas, compañeros de gremio, que como yo segurísimo hacéis esto por compromiso con el metal local, haced como en cualquier ámbito de la vida: Esforzaos, y que os luzca el pelo, que con Marianico el corto armando la gorda en las altas esferas ya nos basta.
Es el lector el que escoge el medio, y es el medio el que quiere que el lector sea... ¿El medio?
Nada más que añadir. Rigor, amigo mío, si te quedan fuerzas ve a un curandero, a un hospital o a ver a Teresa de Calcuta y ponte a tono, que tienes muchas hostias que repartir.
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