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Killing is my Bussiness: cuarenta años de furia desatada

Killing is my Bussiness: cuarenta años de furia desatada

Cuando “Killing Is My Business... and Business Is Good!” vio la luz el 12 de junio de 1985, el thrash metal ya tenía nombres establecidos: “Kill 'Em All” había presentado a METALLICA como los nuevos revolucionarios del metal, SLAYER había sembrado el pánico con “Show No Mercy”, y ANTHRAX perfilaba el rostro más punk del género. En ese contexto, el debut de MEGADETH no solo era otra declaración de intenciones: era una respuesta directa, cruda y vengativa.

Dave Mustaine no escondía su objetivo. Había sido despedido de METALLICA dos años antes, y su sed de revancha era el verdadero combustible del disco. “No quería ser igual que ellos. Quería ser mejor. Más rápido, más técnico, más violento”, diría años después. Y eso es exactamente lo que entrega “Killing Is My Business...”: un manifiesto de agresión acelerada, una ráfaga de riffs cortantes y una actitud de todo o nada. No hay término medio en este álbum. Es un artefacto creado para herir.

Megadeth
A nivel técnico, el disco es un caos. El presupuesto ridículo —8.000 dólares entregados por Combat Records— se desvaneció antes de que la banda entrara al estudio. La mezcla resultante fue sucia, mal balanceada, con baterías que suenan como ollas y guitarras que luchan por destacar. Mustaine ha renegado durante décadas del sonido original. En alguna ocasión ha llegado a decir que “sonaba como una cinta grabada en un garaje durante una pelea de borrachos”. Y, sin embargo, bajo esa capa de distorsión mugrienta hay una arquitectura musical sorprendente. Riffs enrevesados, cambios de tempo inesperados, solos incendiarios de Chris Poland y un sentido de la composición que bordea lo esquizofrénico. Lo que le faltaba en claridad lo compensaba con exceso de ideas, algo que terminaría convirtiéndose en marca de la casa para MEGADETH.

Megadeth
La portada, otro desastre, fue otro síntoma de la falta de medios. El concepto original de Mustaine —la introducción de Vic Rattlehead como símbolo del silencio impuesto por la censura— quedó reducido a un maniquí de escaparate con cadenas baratas. Mustaine lo definió como “una traición al concepto”, y no es exagerado.

Megadeth
Pero si algo distinguía a “Killing Is My Business...” de sus contemporáneos era el espíritu con el que fue concebido. Mientras METALLICA apostaba por un enfoque más estructurado y ANTHRAX por un aire festivo, MEGADETH era puro resentimiento hecho música. Desde los primeros compases del álbum se respira urgencia, desprecio, superioridad técnica y una actitud autodestructiva que, paradójicamente, lo convierte en un debut inolvidable. No es un disco cómodo. No lo fue entonces, y no lo es ahora. Su tempo frenético y su estructura poco convencional lo alejaban incluso de los cánones del thrash más extremo. Pero eso es precisamente lo que lo hace poderoso. Es un álbum que no pide perdón ni busca aprobación. Se lanza al cuello del oyente y no lo suelta.

Megadeth
En esa época, Mustaine no era aún un compositor maduro, pero sí uno con una visión clara: desafiar todo lo establecido, incluyendo a sus excompañeros de banda. “Mechanix”, la versión acelerada de “The Four Horsemen” de Metallica, es una declaración de guerra. No solo más rápida, sino más sucia, más jodidamente agresiva. Una forma de gritar: “esa era mi canción, y así debería sonar”.

Durante años, “Killing Is My Business...” fue el patito feo de la discografía de MEGADETH. Un debut mal producido, frecuentemente ignorado por el gran público en favor de discos como “Peace Sells...” o “Rust in Peace”. Pero con el tiempo, su importancia histórica fue reivindicada. En 2018, Dave Mustaine decidió remezclar y remasterizar el álbum para lanzar la edición definitiva: “Killing Is My Business... – The Final Kill”. Esta vez, el sonido era contundente, más cercano a lo que Mustaine había querido desde el principio. Incluía demos, versiones en vivo, y lo más importante: restauraba la dignidad de un disco que, a pesar de todo, había cambiado las reglas del thrash.

En entrevistas promocionales, Mustaine lo dijo claro: “Fue mi catarsis. Un exorcismo. Pude hacer las paces con ese capítulo de mi vida”. Para los fans de siempre, “The Final Kill” fue una revelación. Para los nuevos oyentes, una oportunidad de redescubrir el álbum sin el lastre sonoro original.

Megadeth
Cuatro décadas después, “Killing Is My Business...” no suena como un disco pulido ni elegante. Tampoco lo pretende. Es un documento de época, una fotografía de una banda que estaba empezando con más arrogancia que recursos. Pero también es un disco que ha influenciado a generaciones enteras de músicos por su enfoque técnico, su velocidad suicida y su desafío constante a las normas. Bandas como CORONER, ANNHILATOR, REVOCATION o VEKTOR han reconocido la deuda que tienen con la actitud y complejidad de aquel debut de 1985. En “Decibel”, lo resumieron así: “El álbum que demostró que el thrash podía ser tanto violento como cerebral”.

Y en lo lírico, Megadeth introdujo un cinismo sarcástico ausente en sus pares. Mientras SLAYER invocaba el infierno y METALLICA hablaba de guerra o adicción, Mustaine se vestía de asesino a sueldo, de loco obsesionado con el amor, de mercenario nihilista. Era menos apocalíptico, pero más humano. Más sucio. Más real.

Hoy, con más de 50 millones de discos vendidos, una veintena de cambios de formación y una carrera que ha pasado por todas las fases posibles del éxito y el fracaso, MEGADETH sigue siendo una fuerza imparable. Y ese primer álbum, el más bastardo de todos, sigue ocupando un lugar especial. En directo, piezas como “Rattlehead” o “Mechanix” aún provocan pogos salvajes y coros encendidos. No son reliquias: son balas que todavía atraviesan el pecho. En última instancia, “Killing Is My Business...” es una advertencia. Un recordatorio de que la furia, cuando se canaliza con inteligencia —o incluso con arrogancia descontrolada—, puede dejar huellas imborrables. Cuarenta años después, el negocio de matar sigue siendo bueno. Y la cuenta aún no está saldada.

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