On the Raw + Dry River - 27/10/2018 - Auditori Calabria 66 (Bcn)
El pasado sábado día 27, se nos presentaba en l’Auditori Calàbria 66 una interesante tarde-noche de gran calidad musical, a cargo de dos bandas que; aun contando con diferencias entre sí, coincidían plenamente en algo que cualquier proyecto musical debería considerar en al menos, un mínimo porcentaje: la versatilidad y elegancia musical.
Con una entrada que ya casi rozaba la ocupación completa de las butacas del recinto (que ya desde entonces contemplaba una composición de edades muy heterogéneas el público) daba comienzo el show de los barceloneses On The Raw. Comenzaron con “Blackmail” y desde este mismo momento se puso en marcha la maquinaria de una banda que nos presentaría un perfecto equilibrio entre su música y las imágenes que acompañaban la actuación.
Prosiguieron con “Day 49” y “Resistance”, implementando algo más de ritmo y dejando entrever sus influencias, que abarcan desde el jazz hasta las vertientes más rompedoras de artistas como Steven Wilson/Porcupine Tree. El guitarrista Jordi Prats y el Saxofonista/Flautista Pep Espasa intercambiaban motivos solistas, advirtiéndonos de que iban a ser sobretodo estos dos instrumentos quienes protagonizarían el mayor número de fraseos cantantes.
“Big City Awakes”, “Caravan” y “Looking for Mr Hyde” ocupaban la parte central del set-list de los barceloneses. A destacar el magnífico manejo de los contrastes de intensidad y volumen, puesto que al igual que habían hecho en “Day 49”, la música se detenía por completo en determinados puntos de la canción para dar paso a una sección de teclados con su posterior crecida. Gran parte de esta culpa la tenía el teclista Jordi Amela, a menudo el encargado de la cualidad solista y ambiental en estas partes. En la última de este grupo de canciones, cabe destacar las interesantes figuras de acompañamiento del bajista Toni Sánchez, siempre en consonancia con el baterista Álex Ojeda, con un perfecto manejo del tempo, atresillándo redobles con suma precisión cuando la ocasión lo requiere, y conformando el engranaje básico de la banda al compás de las imágenes a lo “Sherlock Holmes” que acompañaban la canción.
Procedieron con el final del show a cargo de su tema homónimo “On The Raw” y “Climbing the air”, canciones en donde una vez más se podía ser testigo de la exquisitez de la banda: acordes de cuatríada, reparto de melodías cantantes, cambios de intensidad, cambios de ritmo y una comunión con las imágenes en el proyector y el juego de luces que otorgaba una magia sin igual.
Acababa la descarga de la banda catalana, recordándonos que en breves terminarían de producir su próximo álbum (que en 2019 estará listo) y que muchas veces; los instrumentos hablan y expresan más que las palabras, y que no tiene por qué haber necesidad de voces en la música. Si buscáis un significado adecuado de la palabra “elegancia”, atendiendo a lo visual y musical, sin duda On The Raw pueden presumir de ser un gran estandarte de ello.
Y tras el habitual cambio de backline, los asistentes aprovechamos para cervecear un poco y prepararnos para Dry River, una de las bandas del momento que se encuentra en plena gira de su nuevo disco “2038”. El entrañable actor que acompaña a los castellonenses para amenizar sus shows, comenzaba la actuación advirtiendo del leit-motiv de su último álbum, basado en la alteración del tiempo y definiendo el recinto como una burbuja de congelación temporal ajena a un exterior que había avanzado veinte años.
Aquí lo que sucede es algo hartamente complicado de llevar a cabo. No se puede hacer una crónica de una banda que simplemente se podría definir como perfecta. De modo que anticipo ya que todo cuanto se añada a partir de ahora probablemente no haga ni la mitad de justicia.
Una vez presentados, Dry River abrieron con uno de sus éxitos del nuevo álbum: “Fundido a negro” irrumpía con fuerza en escena con su ritmo atresillado y con el público gritando su “ahhh” tan característico del estribillo, demostrando que habían ganas (y no pocas) de tener en escena a la banda de Castellón. Enlazaron con “Pequeño Animal” y su característico lick de guitarra que tanto recuerda a algunos pasajes de Dream Theater. Cabe destacar la parte central e instrumental, que alternaba armonías de guitarra que nos trasladaba a una atmósfera muy Queen (sin duda la banda más influyente en la música de Dry River), para derivar a una sección algo más jazzera donde el batería Pedro Corral se podía lucir a base de redobles en los huecos que los fraseos “obligados” de sus compañeros le dejaban.
Vinieron después “Rómpelo” y “Me Pone a Cien”, cortes de aires más rockanrolleros y con melodías vocales que recordaban los años ochenta del rock duro español. En la primera de éstas, combinada magistralmente con partes que incluso tienen su rollo swing, y un estribillo que hasta podría catalogarse como góspel. A destacar la gran versatilidad que tanto en esta canción como en el resto del concierto demostró el vocalista Ángel Belinchón, abarcando voces raspadas, agudos limpios y perfectamente entonados y una expresividad cuidada que nunca dejaba de transmitir. Fruto de ello fue la incansable aportación del público a base de palmas y de acompañar al propio Ángel en todos los estribillos.
Continuaron con “Camino”, canción más potente y rápida que las mostradas hasta entonces, donde destacaba la gran labor técnica del teclista Martí Bellmunt (quien en ocasiones también asumía el rol de saxofonista). Bajaron un poco el volumen dando paso a “Al Otro lado”, una canción a 6/8 con un manejo de intensidades que recordaba al mítico “Cry baby” de Janis Joplin, y en donde el juego de intensidades y el mayor lucimiento del bajista David Mascaró fue de lo más reseñable del corte.
Algo que me llamó la atención fue como la banda agrupó varias de sus canciones en medleys, reduciéndolas lo mínimo posible para no prescindir de ninguna de sus partes más aplaudidas, bien fueran en parejas o en grupos más extensos como el que desempeñaron reclutando sus cortes más progresivos. Sin duda se trata de una gran idea para ajustar el tiempo de actuación sin prescindir de ninguno de sus clásicos y que el tracklist quede lo más completo posible.
Entre canción y canción fueron habituales los interludios en clave de humor, a veces basados en diálogos entre los músicos de manera espontánea y natural, que sin duda provocaba las risas del público. Esta faceta es la que todavía les hace más grandes, pues hace que una actuación de Dry River abarque aspectos que no todos los protocolos incluyen, y básicamente les confiera un tipo de show perfecto. En esta misma vertiente, prosiguieron con lo que me atrevería a calificar de punto álgido de la noche: la canción “Irresistible” irrumpía con fuerza con la invitación para el público de abandonar sus butacas y hacer el baile oficial, indicado a cargo del monitor que interactúa durante los shows de la banda. Ángel se colgó su teclado inalámbrico para reforzar este clásico con esa esencia a lo Rick Astley, que sin duda es uno de los más queridos de la banda.
Después de este gran episodio, llegó el turno de (como ellos mismos presentaron) “repartir semicorcheas a diestro y siniestro”, incluyendo la canción “La Mujer del Espejo” y “Bajo Control”. Esta última otro de los clásicos de la banda, con esos toques a lo Deep Purple que tanta autenticidad confieren a la banda. Hicieron el amago de acabar el show con “Con la Música a otra Parte”, nuevamente volviendo a un estilo más rockero y con estribillo buenrollero.
Sin embargo, quedaba un último arreón con (por lo menos) dos canciones que no son negociables no tocar. Reanudaron el concierto con su último éxito “Me va a faltar el aire”, canción con tintes de balada/medio tiempo que llega directamente a la patata. El alma mater del grupo, el guitarrista y teclista ocasional Carlos Álvarez, definió bastante bien este tema a la hora de presentarlo la esencia general no sólo del mismo si no de Dry River: explicó el auténtico significado de la canción, de carácter melancólico y nostálgico; pero también incluyó una interpretación graciosa que un amigo suyo hizo al comparar la letra del estribillo con el acto de llamar un taxi. Ofreció que cada cual hiciera la lectura que considerara oportuna, y eso demuestra que la banda equilibra con tremenda precisión la seriedad con el humor, pudiendo cada uno dejarse llevar por la que quiera y cuando quiera en cada espectáculo.
Después de este gran golpe, cerraron definitivamente con otro medley: Cautivos y Traspasa mi Piel. Me los guardo para el final porque fue en este tramo donde el lucimiento visual y musical de los guitarristas de la banda llegó a su culmen: Matías Orero y Carlos Álvarez intercambiaban solos con tremenda elegancia y con la palabra BUEN GUSTO llevada hasta el mismísimo extremo. Y además, compensándose el uno con el otro: mientras Matías incorpora una sonido más afilado, Carlos se desenvuelve con un sonido más cálido que en consonancia nos da una limpieza y claridad sin necesidad de dejar la potencia.
Podríamos continuar analizando más cosas como las composiciones en sí, el gran abanico de recursos y de estilos que se pueden llegar a combinar para además crear una identidad propia, la absoluta calidad de todos los músicos, la cantidad de cambios de tono y préstamos de acordes en cada canción, los cierres de algunas frases u obligados finales de tema, etc. Pero, ay, esto es sólo una crónica de un concierto.
Acababa así un show muy completo y en un entorno mágico, con un gran sonido y un público que tenía ganas y quedó súper complacido. Dry River es una de las bandas del momento, un maldito homenaje a la música, una orgía de buen gusto. Quien escuche cualquier canción suya y no le parezca una belleza, es que está muerto o es primo lejano de Maluma.
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